Jueves de la semana XVIII
durante el año / I
Jueves 8 de agosto
de 2019
Basílica del Pilar
Nm 20,1-13; Salmo
responsorial 94,1-2.6-7.8-9 y Mt 16,13-23
Jesús es el origen y el fundamento de la Iglesia;
Jesús de Nazaret inicia a lo largo de su vida pública la restauración del
Pueblo de Dios y su universalización. Tras su muerte y resurrección, que hoy
anuncia, tras la Pascua, lo que Él había iniciado se reconstituyó y expandió
con fuerza, con la fuerza del Espíritu Santo y asentado sobre la roca
apostólica, que tiene en Pedro su centro.
Quizás los apóstoles hasta este día que nos relata
hoy el Evangelio no se habían planteado la pregunta de quién era Jesús para
ellos. Habían sido llamados a seguirle y dejándolo todo así lo habían hecho por
la fuerza de la vocación que a veces es difícil de racionalizar, de verbalizar;
pero que mueve los corazones en la certeza de que el camino de Cristo es el
camino de la verdad y de la vida.
La gente estaba desorientada respecto a Jesús, unos
creían que era el Hijo del Hombre, título divino, otros que Jeremías, Elías o
Juan Bautista habían vuelto a la vida; pero muchos veían en Jesús a alguien
tocado por Dios. También Moises, el guía del Pueblo de Israel llamado a
conducirle por el desierto hasta la tierra prometida, era un hombre llamado por
Dios, capaz de hacer brotar agua de una roca para calmar la sed de aquel pueblo
infiel, que añoraba la esclavitud de Egipto, donde tenía el sustento
garantizado así como el agua para su ganado. También nosotros a menudo nos sentimos cómodos, nos da pereza abandonar
nuestras comodidades, nuestras falsas seguridades aunque sepamos que no es el
camino a seguir, no es el camino de Jesús. Como los apóstoles queremos apartar
las dificultades, allanar el camino, hacerlo más fácil. Pero nosotros conocemos
a Cristo, seguimos a Cristo. Escribe san Ambrosio de Milán respecto al episodio
de Moises y la roca convertida en fuente: «A ellos les manó agua de la roca, a
ti sangre del mismo Cristo; a ellos el agua los sació momentáneamente, a ti la
sangre que mana de Cristo te lava para siempre. Los judíos bebieron y volvieron
a tener sed, pero tú, si bebes, ya no puedes volver a sentir sed, porque
aquello era la sombra, esto la realidad.»
¿Quién es Jesús para nosotros? Esta pregunta
deberíamos planteárnosla con frecuencia, ante cada duda, ante cada tentación
que nos surja en el camino de la vida. ¿Es quizás un hombre bueno como dicen
algunos? Pero nada más; ¿Es quizás un gran profeta como dicen otros? Pero no
más. Nuestra fe nos mueve a reconocerle como el Mesías, el Hijo de Dios hecho
hombre para nuestra salvación y hecho hombre en el seno de la Virgen Maria. Esta
es la realidad de la que nos habla san Ambrosio.
¿Se preguntó Maria alguna vez quién era para ella
Jesús? Su hijo, ciertamente, pero ya desde que el ángel entro en su vida y con
él el Espírito Santo, estaba segura de que había venido a ocuparse de las cosas
de su padre, había venido a compartir nuestra vida, penas, sufrimientos,
desazones; pero una vida fundamentada en la esperanza de la vida verdadera y
plena. Cristo ganó para nosotros en la cruz y en la resurrección la única vida
que vale la pena vivir, la vida eterna. Los discípulos se escandalizaron al oír
a Jesús anunciar su sufrimiento y ejecución, sin poner atención a la palabra
resurrección, como si para ellos no valiese la pena sufrir ni aún ganando la
vida eterna con ello. Querían hacerle un favor, ahorrarle un mal trago, pero
Pedro, la roca que le ha reconocido como Mesías, no cae en la cuenta de que
evitando la pasión nos priva de la resurrección, evitando la muerte nos priva
de la vida.
Celebramos hoy la memoria de santo Domingo de
Guzmán, un santo lúcido para tiempos claroscuros; un santo enamorado de la
Palabra que supo ser audaz en un siglo tan convulso como el siglo XIII; que a
lo largo de su vida se sintió y actuó como un infatigable buscador de Dios.
Siguiendo el ejemplo de santo Domingo, Jesús debe dar sentido a nuestra vida. La
opción de santo Domingo fue sumergirse en la misión del Hijo y dejar así que el
Espíritu del Hijo configurara su propia vida a imagen de la suya, con un
ardiente deseo de que la luz de Cristo brillara
para todos los hombres, con su compasión por un mundo sufriente llamado a nacer
a su verdadera vida, con su celo en servir a una Iglesia que ensanchara su
tienda hasta alcanzar las dimensiones del mundo. (Carta del Maestro de la
Orden, fray Bruno Cadoré, con motivo de la fiesta de Santo Domingo de Guzmán
del año 2018).
Que los ejemplos de la Virgen Maria, san Pedro o santo
Domingo nos ayuden a reconocer siempre en Jesús al Hijo de Dios, al Mesías, a
nuestro guía y pastor ojalá si escuchamos
hoy la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón. Como nos dice el
salmista: él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.