Jueves de la I semana de Cuaresma
Monasterio Cisterciense de San Benito
Talavera de la Reina
10 de marzo de 2022
Est 14,1,3-5,12-14, 10-11; Sal 137 y Mt 7,7-12
La oración forma parte fundamental de nuestra vida de consagrados, de nuestra vida
de creyentes. A veces dudamos de su eficacia, sobre todo cuando se trata de la
oración de petición, de súplica. Le pedimos al Señor tal cosa y no nos atiende,
al menos nos parece que no nos atiende, que no nos escucha.
La
oración debe ser ante todo confiada, parte de la confianza en el Señor; no en
una confianza que pudiéramos definir como ciega, sino en una confianza amorosa,
que nace del amor y se basa en el amor.
El
pasado martes otro versículo del Evangelio de Mateo nos lo decía muy claramente
«vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis» (Mt 6,8). Pero
no por ello debemos dejar de pedir, de llamar a su puerta y hacerlo siempre
confiados, ciertos de que Él nos escucha y nos atiende, nunca se cansa de
escucharnos, por muy pesados que nos pongamos.
Nuestra
sociedad está acostumbrada, sobre todo con el desarrollo de las nuevas
tecnologías, a la respuesta inmediata, rápida; aunque tantas veces eso no sea
lo mejor porque acaba por ser una respuesta precipitada, poco meditada, de la
que igual al poco debemos arrepentirnos y borrar el mensaje. Los tempos del
Señor no son nuestros tempos, el Señor trabaja a largo plazo, no se precipita;
pero siempre ama.
Debemos
confiar en Él, ciertos de que, si le buscamos le encontraremos; de que, si
llamamos a su puerta nos abrirá; de que, si le pedimos nos dará. Orar con la
confianza de la reina Ester que en el infortunio de su pueblo encontró la
manera más efectiva de ayudarle.
Sólo
nuestros corazones son duros, pero aun siendo duros, como el de aquel juez ante
la viuda persistente e insistente, responden ante una súplica sea por amor,
ojalá, sea por cansancio. Pero debería ser siempre por amor, porque si le
pedimos al Señor con amor, debemos dar a los demás con amor, no con fastidio,
no con hastío.
Dionisio
el Cartujo en su obra Scala Claustralium, nos descubre un método, un
atajo, para que nuestra oración llegue al Señor con toda pureza de corazón. La Lectio
Divina, nos dice Guido: «Buscad leyendo y hallareis meditando, llamad
orando y se os abrirá contemplando.»
El
Evangelio de hoy nos invita a incluir al Señor en cada momento de nuestra vida,
para alabarle en los momentos de alegría y para pedirle en los de tribulación;
para tenerle siempre presente y hacer de Él el centro de nuestra vida.
Él
siempre da, Él siempre escucha, Él siempre se deja encontrar.