Viernes de la I semana de Cuaresma
Monasterio Cisterciense de San Benito
Talavera de la Reina
11 de marzo de 2022
Ez, 18,21-28; Sal 129 y Mt 5,20-26
El
Señor no desea nuestra muerte, nuestra caída; Él desea nuestra salvación, para
esto vino al mundo, para esto se hizo uno de nosotros, excepto en el pecado,
para esto sufrió la pasión, murió en la cruz y resucitó. Él sabe que somos
débiles, impacientes, orgullosos, iracundos a veces; pero su misericordia es
eterna y no se cansa de perdonarnos. Pero para ello, para poder ser perdonados,
debemos reconocernos pecadores y convertir nuestros corazones.
Como
nos dice el profeta Ezequiel, lo que no es justo es nuestro proceder, debemos
reconocerlo, reconocer nuestros errores, nuestras faltas, nuestros pecados y
convertirnos para ganar la vida que nos ha sido ofrecida por el Señor.
Podemos
decirle al Señor que nosotros no hemos matado a nadie y cierto es; pero cuantas
veces nuestra cólera se convierte en el más afilado puñal; podemos decirle al
Señor que nunca dejamos de amar a nuestros hermanos y hermanas y puede ser
cierto, pero cuantas veces un insulto, un desprecio, una calumnia no mata,
oscurece o disipa ese supuesto amor y mata la esperanza.
Para
acercarnos al Señor debemos hacerlo puros de corazón y eso sólo lo
conseguiremos perdonando y reconociéndonos pecadores. De otra manera ¿Cómo
osamos acercarnos al altar para recibirle? No sólo mata la acción, también
matan las palabras, las omisiones, los desprecios, la murmuración.
El
Señor nos invita cada Cuaresma a la conversión, pero con hechos, no sólo con
palabras, buenas intenciones o de pensamiento. Pensando en aquellos que tengan
o puedan tener quejas contra nosotros, sin hacer frente al agravio, amando
incluso a los enemigos. Todo esto no es fácil, bien lo sabemos, pero sin duda
además de difícil nos resultará imposible si no abrimos nuestros corazones al Señor.
El
mundo, Europa vive de nuevo una guerra. Víctimas, refugiados, dolor,
destrucción y sobre todo odio recorren de nuevo nuestro continente, como si
nunca aprendiésemos la lección, como si nunca tuviésemos bastante con las
guerras pasadas y sus millones de muertos. Debemos rezar estos días más que
nunca por la paz, por el respeto a la dignidad de las personas y de los
pueblos; hacerlo con confianza y pidiéndole al Señor la conversión de los duros
de corazón que causan tanto dolor. Escuchábamos esta mañana en Maitines decirle
a san Elredo: «¿Habrá alguien que, al escuchar aquella frase admirable, llena
de dulzura, de caridad, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, ¿no se
apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos?»
Pidámosle
al Señor que así sea, que sea así en nuestros corazones y en los corazones
endurecidos de los señores de la guerra que se creen amos del mundo.