dimarts, 6 de març del 2018

La vocación. Conferencia en el Colegio Boliviano Alemán de La Paz



La vocación
Conferencia en el Colegio Boliviano Alemán de La Paz
Martes 6 de marzo de 2018


Muy buenos días, muchas gracias a la Madre Christine y a los profesores de este colegio Boliviano Alemán por esta invitación a dirigirme a todos ustedes. Madre Christine me pidió que les dirigiese unas palabras sobre la vocación. Todos tenemos una vocación o varias vocaciones. Vocación a una vida consagrada, para la que habitualmente se usa esta expresión, pero vocación también al matrimonio, a estudiar una carrera concreta, a ejercer una profesión o a colaborar en un voluntariado, por ejemplo. Ustedes están a punto de iniciar una nueva etapa en su vida, una etapa importante, fundamental. Han estado en este colegio estudiando durante varios años, podríamos decir que esta fue una opción no elegida por ustedes sino por sus padres, que escogieron este centro para proporcionarles la mejor educación que creyeron oportuna. Ahora están a punto de iniciar una nueva etapa en la que ustedes tienen un protagonismo muy importante, eligen en gran parte su futuro, sus próximos años probablemente van a marcar su vida. Ante esta decisión sin duda habrán realizado una profunda reflexión, habrán escuchado a sus padres, a sus profesores, a sus amigos y a sus familiares. Porqué esta es la hora de las decisiones y de las opciones que pueden ser definitivas en sus vidas.

Permítanme referirme a un pasaje del Evangelio según san Marcos  Continuaron el camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos. Los discípulos estaban desconcertados, y los demás que lo seguían tenían miedo. Otra vez Jesús reunió a los Doce para decirles lo que le iba a pasar: «Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros, que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará.»”. Jesús es la meta definitiva, los discípulos están realizando un viaje, cada uno tiene su historia particular, Jesús marcha delante de ellos, infunde certeza, confianza, entusiasmo, deseo de estar con Él; por otra parte causa estupor, va aprisa y no consiguen seguirle el paso; lo siguen con admiración y a la vez con miedo. Frente a lo definitivo experimentamos un fuerte deseo de elegirlo y a la vez un sentimiento de miedo, de incertidumbre, pero no obstante caminamos con ilusión por la nueva vida que nos espera.

Ante una decisión importante les quisiera exponer tres puntos, tres verbos, tres acciones: Conocerse, decidirse y arriesgarse; siguiendo la reflexión que sobre ello hacia  el cardenal Carlo María Martini hace ya algunos años.

Conocerse

“Conócete a ti mismo”, esta antigua inscripción de un templo griego no pretendía tanto a quién la leía sugerirle la necesidad del conocimiento psicológico de sí mismo, de lo profundo de su yo, como indicar la importancia que tiene para la persona reconocerse como hombre o como mujer, como ser humano, en su propia limitación y no como un dios. Con el paso del tiempo esta expresión ha venido a indicar un ideal de conocimiento personal, y nos hace comprender que conocerse es una tarea larga y difícil.

Quisiera proponerles siete breves tesis al respecto.

El conocimiento de sí es imperfecto y parcial. Tiende a crecer pero no termina nunca. El cuadro de la autoconciencia distingue los aspectos que yo conozco de mí y los que los otros conocen de mí de aquello que los demás conocen de mí. Yo puedo conocer aspectos de mi personalidad que quien vive a mi lado ni siquiera imagina y los demás pueden conocer alguno que yo mismo no reconozco, no identifico conmigo. Además de ser parcial el conocimiento de sí está en constante devenir, está evolucionando, aumentando siempre. Sin embargo es extremadamente importante el esfuerzo de autoconocimiento cuando nos esperan y debemos tomar decisiones importantes, quizás definitivas.

Conocerse requiere la colaboración de los otros. Para conocernos necesitamos de la colaboración de quien conoce algunos aspectos de nosotros mismos que ignoramos. Debemos evitar que los demás, por diversos motivos, tengan miedo de revelarnos aquello que ven y comprenden o entienden de mí. Esta aportación a nuestro autoconocimiento requiere confianza, transparencia, y sinceridad, no pude hacerse de forma superficial ni, sobre todo, destructiva o descalificadora. Por ello cuando opinamos y expresamos comentarios sobre los demás debemos ser sinceros, no actuar con ligereza, descalificando o marcando a otros por el mero placer de ser escuchados o admirados. Nuestra opinión puede herir profundamente o puede ayudar grandemente, esto siempre debemos tenerlo presente.

El conocimiento de sí pasa a través de alguna sorpresa, quizás no agradable, a veces amarga, que nos pueden llevar a concluir que no nos creíamos tan débiles, tan sensibles, tan susceptibles, tan incapaces de dominar nuestra ira o tantas otras cosas. A menudo la sorpresa surge y acompaña nuestro comportamiento durante una prueba dura en nuestra vida, como una enfermedad, la pérdida de alguien querido, un fracaso sentimental o otra circunstancia que nos afecta y nos duele. En este terreno podemos sorprendernos.

Una historia oriental nos sirve de ejemplo para descubrir que a veces la rutina, la comodidad no es útil sino un impedimento, un estorbo.

Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera.
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaca): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
Debemos identificar a veces nuestra particular vaca, aquello que nos impide desarrollarnos, conocernos y así decidir libremente. No nos conocemos más que por reflejo, porqué nos conocemos más actuando y reflexionando sobre cuanto hemos hecho, que contemplándonos y sospesándonos a fondo.

Nos conocemos por la resonancia que recibimos de los otros, por ejemplo por la reacción en los otros de lo que decimos o hacemos. Este es también un instrumento muy útil para conocernos. Debemos encajar este feed-back, incluso las críticas, sin enrabiarnos, ni rechazarlas, aunque sean injustas. Nos ayuda a desmontar la irritación provocada por los juicios que hacen sobre nosotros y que consideramos equivocados, valorándolas en la importancia que tienen. El autoconocimiento tiene necesidad, para crecer, de una reflexión serena y objetiva sobre las resonancias negativas, no sólo las positivas, que suscitamos en los demás y necesitamos de una humilde aceptación de las sorpresas amargas.

Existe el riesgo de un desarrollo morboso del conocimiento del sí, Corremos el riesgo de sufrir un desarrollo incorrecto del conocimiento de nosotros mismos, desproporcionado. Debemos adecuar autoconocimiento y actividad, reflexión y hechos.

En este proceso de autoconocimiento caemos en algunos errores, sea por defecto o por exceso.

Errores por defecto de subjetividad cuando no reflexionamos nunca sobre nosotros mismos, no nos examinamos nunca, no aprendemos de nuestros errores, negamos y rechazamos las críticas de raíz, echamos siempre la culpa de cualquier situación a los demás o al ambiente, a las estructuras, a la sociedad. No escuchamos a lo que los demás tienen que decir sobre nosotros. Son errores por defecto o por ignorancia pero puede suceder también que nos encerremos en nosotros mismos, que nos defendamos, que no aceptemos conocernos, echando siempre balones fuera, culpando al resto de la humanidad de todo aquello que no funciona en nosotros mismos.

En el tránsito entre los errores por defecto y los errores por exceso podemos colocar cuando somos objeto de imágenes obsesivas de nosotros mismos, incluso negativas, o bien imágenes de tal autocomplacencia que no son fruto de la realidad sino de un exceso de subjetividad, una especie de narcisismo que nos puede llevar a la depresión, al continuo disgusto con nosotros mismos, al desprecio de nosotros generando miedo e inseguridad, en el fondo de inadecuación entre realidad y nuestra percepción de esta.

Errores por exceso de subjetividad nos turban la sencillez y la linealidad de acción. La autoconciencia es indudablemente necesaria pero cuando existe un exceso de subjetividad, cuando reflexionamos demasiado minuciosamente sobre nosotros mismos, nos hacemos el centro de la creación, no vemos mas allá de nosotros mismos, debilitamos la fuerza de la acción y permanecemos indecisos y titubeantes ante el futuro.

Otro error por exceso es el de cavilar sobre nosotros continuamente, construyendo teorías sin fin. Otro puede ser el de depender excesivamente de aquello que sentimos sobre nosotros mismos.

Todos estos errores derivan del no conocimiento práctico y de la no observancia de los siete puntos que hemos hablado antes. Tal vez prevalezca la subjetividad por exceso, depende de temperamentos, pero la cultura que nos rodea lleva fácilmente al exceso de autoanálisis, ante la que debemos reaccionar con cautela.

Hay alguien que sí nos conoce, quizás mejor que nosotros mismos. Permítanme de nuevo referirme a un pasaje del Evangelio, esta vez de san Juan “Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Cuida de mis ovejas.»  Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.” Alguien tiene, para los creyentes, la última palabra sobre el conocimiento de nosotros mismos, ese alguien es Dios, que san Agustín definió como el totalmente otro. El conocimiento del sí requiere la colaboración de los otros, y por ello también la de Dios, en el caso de los creyentes Dios debe estar presente en nuestro proceso de discernimento.

Decidirse

No basta el conocimiento de sí, de nosotros mismos, ya que quizás pueda ser un obstáculo, una coartada. Sólo tiene sentido si nos abre a decisiones significativas para nuestra vida. Es en el decidirse donde nos hacemos sujetos, adultos. Las decisiones que nos construyen día a día llegan a dar una dirección a nuestra vida. En un determinado momento podemos tener la intuición de que debemos decidirnos a toda costa, a ello  sigue una gran paz, aunque la decisión la hayamos tomado con desasosiego y sea contrarrestada por imaginaciones, fantasías y sofismas de todo tipo.

Hay decisiones habituales y moderadamente fáciles que confieren y dan ritmo a nuestra vida. Ir a comer, venir al colegio y tantas otras; en ellas no cuestionamos la acción porqué forman parte de una elección anterior.

Algunas decisiones habituales pueden requerir un mayor esfuerzo, Por ejemplo cierto esfuerzo para levantarnos cada mañana si estamos muy cansados, ir a alguna clase o al trabajo cuando no tenemos ganas o nos preocupan y ocupan otros problemas. Es cuando nos preguntamos ¿Por qué tiene que ser ahora y aquí? ¿Por qué no más tarde o mañana? Son muchas las decisiones de este tipo en la vida, Cansados y agobiados por la jornada debemos responder a otras demandas y afrontarlas.

Hay decisiones que implican un cambio de horizonte,  con consecuencias para el propio futuro, al menos a corto o medio plazo. Son decisiones que requieren además de esfuerzo, una reflexión más atenta, aquí no sirve seguir la costumbre, debemos escoger.

Hay decisiones que hipotecan el futuro de manera definitiva y conciernen a la elección que nos pondrá en una nueva situación afectándola por mucho tiempo, quizás para siempre.

Hay cuatro elementos comunes a todo este tipo de decisiones. Son ante todo actos de voluntad, hasta los más simples. También por ejemplo vamos a trabajar o al colegio por propia voluntad. Estos actos de voluntad están arraigados en nuestra emotividad, los sentimientos y los afectos están siempre presentes. Requieren un esfuerzo, desde el esfuerzo cero, cuando comemos porqué tenemos hambre, hasta un esfuerzo enorme. Lo que importa en ellos es ante todo lo razonable de la decisión y después la dificultad; una acción es mejor que otra, es preferible y hay que elegir a veces no la más cómoda ni la más fácil, quizás sea la más ardua la más adecuada. Por todo ello es preciso estar dispuestos a tomar una decisión razonable.

Frente a esto nos encontramos ante unas patologías de estas decisiones que son auténticas, importantes. Puede existir la oposición ajena, que puede ser real o temida, imaginada; aquí incluiríamos el temor a los juicios, a crearse enemigos, a buscarse problemas y pueden constituir un gran obstáculo para que tomemos una decisión, porque en el fondo coartan nuestra libertad. Otro problema pueden ser los prejuicios que me temo o me pueden sobrevenir, reales o imaginarios. Pueden existir fantasías de oposiciones o de daños que pueden oscurecer mucho el campo de la decisión y nuestra libertad para tomarla imprimiéndole una dirección u otra, quizás opuesta a la correcta. En toda decisión entra en juego la emotividad que nos puede llevar a la confusión. Podemos llegar a tener miedo de tener miedo, el temor a entrar en un estado de conflicto con nosotros mismos. Esto nos impide tomar decisiones significativas porqué no queremos turbar ciertos equilibrios conseguidos, preferimos seguir con nuestra rutina, por comodidad, por inercia. Podemos no llegar a tomar decisiones maduras por falta de valor para afrontar su análisis, por miedo a las consecuencias negativas internas y externas, en nosotros y en los demás. Las elecciones que atañen a nuestro futuro necesitan de nuestra madurez.

Para superar estas patologías existen algunos remedios. Es fundamental fomentar el coraje y la prontitud en las decisiones habituales, así vamos creándonos una cierta costumbre a decidir incluso ante obstáculos levantados por la fantasía o el miedo. Para tomar decisiones hay que entrar en el mundo de las opciones y discernir ante ellas. Podemos aprender a discernir, a decidir ayudados por personas en las que confiemos, padres, profesores o amigos o familiares. Para vencer los obstáculos conviene acostumbrarse a vivir en contacto y comunión con los demás, en ello las buenas costumbres, las rutinas adquiridas expresaran nuestra manera de vivir en comunidad, en sociedad. Resistir cuando la confusión pretende apoderase de nosotros es importante para superar la inautenticidad de las decisiones importantes, en momentos de confusión no debemos cambiar aquello que hemos decidido en momentos de serenidad y tras una profunda reflexión. Puede que sea preciso realizar algún acto de coraje, no se trata de confusión o de indecisión, sabemos lo que vamos a hacer, pero pueden aparecer argumentos para esperar, para dilatar nuestra decisión; aconsejados oportunamente nos debemos lanzar y decidirse siempre es un momento existencial que al fin tiene como consecuencia un estado de gran paz.

Discernir y resistir

Dos verbos ¿Es fácil o difícil decidirse? Puede parecer fácil en la teoría pero el problema se plantea en cómo actúa el mecanismo de la decisión. Para afrontarlo debemos discernir y resistir, tenemos necesidad de ello. Para el creyente el objeto preciso de discernimiento es la voluntad de Dios, Él nos ama, piensa en nosotros, nos llama a algo concreto, tiene una opción particular para nosotros. Quizás no la comprendemos, nos parezca dura, sin razón, poco humana. Para el creyente estar en estado de discernimiento es estar persuadido de que cuanto lleguemos a hacer en la vida está inscrito en un registro más amplio, el de Dios. El verdadero problema consiste en ver claro en los momentos duros, momentos que pueden llegar a ser muy duros cuando por ejemplo una enfermedad nos sale al paso y quizás debamos luchar para vencerla o para asumir que nos acompañará toda nuestra vida. Momentos oscuros, difíciles en la maraña de la confusión de los pensamientos.

Por ello discernir es a menudo resistir, tener paciencia, esperar, soportar, perseverar. Resistir la prueba en la desolación quizás, sin cambiar los buenos propósitos simplemente por el hecho de que han llegado las tinieblas, más bien luchando por transformarlas en luz.

Dietrich Bonhöeffer fue un teólogo alemán que participó activamente en la resistencia contra el régimen nazi. Prisionero en la cárcel de Téghel de la que sólo saldría para ser ajusticiado escribió durante su cautiverio:

“Hermano, hasta que la noche fenezca, reza por mí. Tendido por entero en el camastro, fijo la mirada en la gris pared. Afuera una mañana de verano, que aún no es mía, avanza jubilosa por los campos. Hermanos, hasta que tras la larga noche amanezca nuestro día, mantengámonos firmes”.

En la vida la verdadera elección, probada y aquilatada al fuego, nace a menudo de una resistencia, de no ceder, de mantenerse firmes, de perseverar aunque sólo sea por la paciencia, de esperar a que pase el mal momento. No se da una verdadera elección si no es probada y no es probada sino en la noche, en la duda, en la fatiga. Permítanme de nuevo referirme a un texto de la escritura, esta vez de la Carta a los Romanos de san Pablo que dice: “Incluso no nos acobardamos en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.” La esperanza puede pasar de la tribulación a la paciencia y después a la virtud consolidada y experimentada. Mediante el discernimiento entramos en la prueba y nos dejamos involucrar en la difícil lucha por la existencia de cada día. Los imprevistos se dan toda la vida, siempre y no existen respuestas ante ellos matemáticas y seguras; incluso tras haber buscado, examinado, elaborado, pensado y discutido pacientemente sobre algo no podemos tener la certeza de que algún argumento haya quedado fuera de la búsqueda.

Aquí aparece el elemento riesgo, no escogemos en cuanto estamos seguros de nuestro porvenir sino porque creemos haber cumplido el trabajo de discernimiento de tal manera que podemos arriesgarnos con gusto y tranquilidad. El riesgo implica un acto de abandono no siempre fácil. La actitud de abandono, para los creyentes es en Dios, que nos permitirá hacer algo en paz y serenidad, así realizaremos el discernimiento, analizando los necesarios pros y contras respecto al camino que tenemos por delante. Discernir, cuando es verdadero el proceso, por mucho esfuerzo que nos pida, nos da paz, alegría, soltura y serenidad.

Arriesgarse

Cuando arriesgamos o jugamos nada nos impide en un momento dado retirarnos. El factor riesgo, jugárnosla no significa simplemente calcular, valorar con cuidado, sino contar con lo imprevisible; ir más allá de lo que está garantizado, de lo prudencial; tal vez tiene algo de aventura. No podemos calcular todo lo que puede suceder. San Pablo compara su camino a una carrera deportiva, una prueba bella, dura a la que se lanza con entusiasmo; una carera que desea vencer, no como un peso que llevar; quiere jugársela de manera definitiva llegando a la meta. Los hombres y mujeres no seremos nunca nosotros mismos sino nos decidimos a ir más allá de nosotros mismos. En jugársela va implícita la perseverancia, implica una dedicación definitiva hasta el fin, es por tanto algo grande; implica además desenvoltura y cierto gusto por el riesgo.

Ante la decisión hay todavía otros riesgos. A no tener la pundonorosa conciencia de que se trata del camino serio y correcto. A temer por el futuro e interrogarnos demasiado sobre él. A excedernos en el sentido de la responsabilidad hasta volvernos ansiosos. A creer que llegaremos a ser enteramente dueños de nosotros mismos

Estan ustedes ante una decisión importante de su vida, muy importante. Acaban un largo período de formación en esta escuela para elegir unos estudios superiores o una actividad que puede ocupar el resto de su vida. Una decisión que precisa conocerse uno mismo, en la medida en que esto es posible; una decisión que implica cierto riesgo ante el porvenir. Debe afrontarla con libertad, atendiendo y escuchando a sus padres, a sus profesores, a sus familiares y amigos; pero recuerden que es su decisión, que son ustedes los autores de esta decisión y actúen con libertad y responsabilidad.

Del ideario de su colegio les pueden ser muy útiles estas ideas. El ser excelente es cambiar para ser mejor. Mejorar es madurar. Madurar es crecer en la creación. Ser excelente es comprender que la vida no es algo que se nos da hecho, sino que tenemos que producir las oportunidades para alcanzar el éxito. Ser excelente es comprender que con disciplina es factible forjar un carácter de triunfador. Ser excelente es trazarse un plan y lograr los objetivos deseados a pesar de todas las circunstancias. Ser excelente es hacer bien las cosas, no buscar razones para demostrar que no se pueden hacer. Ser excelente es saber decir “me equivoqué” y proponerse a no cometer el mismo error. Ser excelente es reclamarnos a nosotros mismos el desarrollo pleno de nuestras potencialidades buscando incansablemente la realización. Ser excelente es crear algo: un sistema, un puesto, una empresa, un hogar y una vida. Ser excelente es ejercer nuestra libertad y ser responsable de cada una de nuestras acciones. Ser excelente es entender que a través del privilegio diario de nuestro trabajo podemos alcanzar la realización. Ser excelente es sentirse ofendido y lanzarse a la acción en contra de la pobreza, la calumnia y la injusticia. Ser excelente es levantar los ojos de la tierra, elevar el espíritu y soñar con lograr lo imposible. El ser excelente es aquél que lucha con un espíritu fuerte, venciendo todas las dificultades hasta alcanzar el triunfo. El ser excelente es identificarse a sí mismo como el único responsable sin culpar a los demás de sus fracasos. El ser excelente es hacer posible lo que para otros es imposible. El ser excelente es cambiar para ser mejor. Mejorar es madurar. Madurar es crecer en la creación. El ser excelente es tener el valor y el coraje de extraer lo mejor de nosotros mismos. El ser excelente es desafiar a la adversidad sin miedo al fracaso. El ser excelente es ser líder en el saber. Ser excelente es trascender a nuestro tiempo legando a las futuras generaciones un mundo mejor. Seamos humildes para conocernos, discernir  y arriesgarnos  y pronto alcanzaremos la excelencia.

Ante la decisión de futuro, importante decisión que van a tomar a lo largo de este curso, tómense su tiempo, reflexionen con calma, analicen su personalidad, que les gusta, por lo que se sienten inclinados, escuchen a sus padres, profesores, familiares, amigos, escúchenlos con atención pero tengan siempre muy presente que son ustedes los que deben tomar la decisión sobre su futuro, solos ustedes.

Quisiera añadirles una última reflexión, ante su futuro profesional no piensen solo en un alto rendimiento económico, en  la fama o el prestigio; piensen también en lo que ustedes pueden aportar a la sociedad, a su país; ante el futuro piensen en ustedes pero también en la sociedad en la que viven porque solo entre todos podemos hacer un mundo mejor si nos esforzamos en participar nosotros mismos en ese cambio en la medida de nuestras posibilidades.

Muchas gracias por escucharme y mucha suerte en su futuro.