La
vocación
Conferencia en el Colegio
Boliviano Alemán de La Paz
Martes 6 de marzo de 2018
Muy
buenos días, muchas gracias a la Madre Christine y a los profesores de este
colegio Boliviano Alemán por esta invitación a dirigirme a todos ustedes. Madre
Christine me pidió que les dirigiese unas palabras sobre la vocación. Todos
tenemos una vocación o varias vocaciones. Vocación a una vida consagrada, para
la que habitualmente se usa esta expresión, pero vocación también al
matrimonio, a estudiar una carrera concreta, a ejercer una profesión o a
colaborar en un voluntariado, por ejemplo. Ustedes están a punto de iniciar una
nueva etapa en su vida, una etapa importante, fundamental. Han estado en este
colegio estudiando durante varios años, podríamos decir que esta fue una opción
no elegida por ustedes sino por sus padres, que escogieron este centro para
proporcionarles la mejor educación que creyeron oportuna. Ahora están a punto
de iniciar una nueva etapa en la que ustedes tienen un protagonismo muy
importante, eligen en gran parte su futuro, sus próximos años probablemente van
a marcar su vida. Ante esta decisión sin duda habrán realizado una profunda
reflexión, habrán escuchado a sus padres, a sus profesores, a sus amigos y a
sus familiares. Porqué esta es la hora de las decisiones y de las opciones que
pueden ser definitivas en sus vidas.
Permítanme
referirme a un pasaje del Evangelio según san Marcos “Continuaron el camino
subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos. Los discípulos estaban
desconcertados, y los demás que lo seguían tenían miedo. Otra vez Jesús reunió
a los Doce para decirles lo que le iba a pasar: «Estamos
subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los jefes de los
sacerdotes y a los maestros de la Ley: lo condenarán a muerte y lo entregarán a
los extranjeros, que se burlarán de él, le escupirán, lo
azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará.»”. Jesús es la meta
definitiva, los discípulos están realizando un viaje, cada uno tiene su
historia particular, Jesús marcha delante de ellos, infunde certeza, confianza,
entusiasmo, deseo de estar con Él; por otra parte causa estupor, va aprisa y no
consiguen seguirle el paso; lo siguen con admiración y a la vez con miedo. Frente
a lo definitivo experimentamos un fuerte deseo de elegirlo y a la vez un
sentimiento de miedo, de incertidumbre, pero no obstante caminamos con ilusión
por la nueva vida que nos espera.
Ante
una decisión importante les quisiera exponer tres puntos, tres verbos, tres
acciones: Conocerse, decidirse y arriesgarse; siguiendo la reflexión que sobre
ello hacia el cardenal Carlo María Martini
hace ya algunos años.
Conocerse
“Conócete
a ti mismo”, esta antigua inscripción de un templo griego no pretendía tanto a
quién la leía sugerirle la necesidad del conocimiento psicológico de sí mismo,
de lo profundo de su yo, como indicar la importancia que tiene para la persona
reconocerse como hombre o como mujer, como ser humano, en su propia limitación
y no como un dios. Con el paso del tiempo esta expresión ha venido a indicar un
ideal de conocimiento personal, y nos hace comprender que conocerse es una
tarea larga y difícil.
Quisiera
proponerles siete breves tesis al respecto.
El
conocimiento de sí es imperfecto y parcial. Tiende a crecer pero no termina
nunca. El cuadro de la autoconciencia distingue los aspectos que yo conozco de
mí y los que los otros conocen de mí de aquello que los demás conocen de mí. Yo
puedo conocer aspectos de mi personalidad que quien vive a mi lado ni siquiera
imagina y los demás pueden conocer alguno que yo mismo no reconozco, no
identifico conmigo. Además de ser parcial el conocimiento de sí está en
constante devenir, está evolucionando, aumentando siempre. Sin embargo es
extremadamente importante el esfuerzo de autoconocimiento cuando nos esperan y
debemos tomar decisiones importantes, quizás definitivas.
Conocerse
requiere la colaboración de los otros. Para conocernos necesitamos de la colaboración
de quien conoce algunos aspectos de nosotros mismos que ignoramos. Debemos evitar
que los demás, por diversos motivos, tengan miedo de revelarnos aquello que ven
y comprenden o entienden de mí. Esta aportación a nuestro autoconocimiento
requiere confianza, transparencia, y sinceridad, no pude hacerse de forma superficial
ni, sobre todo, destructiva o descalificadora. Por ello cuando opinamos y
expresamos comentarios sobre los demás debemos ser sinceros, no actuar con
ligereza, descalificando o marcando a otros por el mero placer de ser
escuchados o admirados. Nuestra opinión puede herir profundamente o puede
ayudar grandemente, esto siempre debemos tenerlo presente.
El
conocimiento de sí pasa a través de alguna sorpresa, quizás no agradable, a
veces amarga, que nos pueden llevar a concluir que no nos creíamos tan débiles,
tan sensibles, tan susceptibles, tan incapaces de dominar nuestra ira o tantas
otras cosas. A menudo la sorpresa surge y acompaña nuestro comportamiento
durante una prueba dura en nuestra vida, como una enfermedad, la pérdida de
alguien querido, un fracaso sentimental o otra circunstancia que nos afecta y
nos duele. En este terreno podemos sorprendernos.
Una
historia oriental nos sirve de ejemplo para descubrir que a veces la rutina, la
comodidad no es útil sino un impedimento, un estorbo.
Un maestro
samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un
sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.
Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la
importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de
aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la
pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas
sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera.
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de
familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo
ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió:
“amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los
días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros
alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada,
etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la información, contempló el lugar
por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su
discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”
El joven, espantado, miró al maestro y le respondió
que la vaca era el único medio de subsistencia de aquella familia. El maestro
permaneció en silencio y el discípulo cabizbajo fue a cumplir la orden.
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Un bello día, el joven agobiado por la culpa decidió
abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar. Quería confesar
a la familia lo que había sucedido, pedirles perdón y ayudarlos.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía
todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y
algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado
imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno
para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia
unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado,
el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que
visitó hacia algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la
vaca): “¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?” El señor
entusiasmado le respondió: “Nosotros teníamos una vaca que cayó por el
precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras
cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos. Así
alcanzamos el éxito que puedes ver ahora.”
Debemos
identificar a veces nuestra particular vaca, aquello que nos impide
desarrollarnos, conocernos y así decidir libremente. No nos conocemos más que
por reflejo, porqué nos conocemos más actuando y reflexionando sobre cuanto
hemos hecho, que contemplándonos y sospesándonos a fondo.
Nos
conocemos por la resonancia que recibimos de los otros, por ejemplo por la
reacción en los otros de lo que decimos o hacemos. Este es también un
instrumento muy útil para conocernos. Debemos encajar este feed-back, incluso
las críticas, sin enrabiarnos, ni rechazarlas, aunque sean injustas. Nos ayuda
a desmontar la irritación provocada por los juicios que hacen sobre nosotros y
que consideramos equivocados, valorándolas en la importancia que tienen. El autoconocimiento
tiene necesidad, para crecer, de una reflexión serena y objetiva sobre las
resonancias negativas, no sólo las positivas, que suscitamos en los demás y
necesitamos de una humilde aceptación de las sorpresas amargas.
Existe
el riesgo de un desarrollo morboso del conocimiento del sí, Corremos el riesgo
de sufrir un desarrollo incorrecto del conocimiento de nosotros mismos,
desproporcionado. Debemos adecuar autoconocimiento y actividad, reflexión y
hechos.
En
este proceso de autoconocimiento caemos en algunos errores, sea por defecto o
por exceso.
Errores
por defecto de subjetividad cuando no reflexionamos nunca sobre nosotros
mismos, no nos examinamos nunca, no aprendemos de nuestros errores, negamos y
rechazamos las críticas de raíz, echamos siempre la culpa de cualquier
situación a los demás o al ambiente, a las estructuras, a la sociedad. No
escuchamos a lo que los demás tienen que decir sobre nosotros. Son errores por
defecto o por ignorancia pero puede suceder también que nos encerremos en
nosotros mismos, que nos defendamos, que no aceptemos conocernos, echando
siempre balones fuera, culpando al resto de la humanidad de todo aquello que no
funciona en nosotros mismos.
En el
tránsito entre los errores por defecto y los errores por exceso podemos colocar
cuando somos objeto de imágenes obsesivas de nosotros mismos, incluso
negativas, o bien imágenes de tal autocomplacencia que no son fruto de la
realidad sino de un exceso de subjetividad, una especie de narcisismo que nos
puede llevar a la depresión, al continuo disgusto con nosotros mismos, al
desprecio de nosotros generando miedo e inseguridad, en el fondo de
inadecuación entre realidad y nuestra percepción de esta.
Errores
por exceso de subjetividad nos turban la sencillez y la linealidad de acción.
La autoconciencia es indudablemente necesaria pero cuando existe un exceso de
subjetividad, cuando reflexionamos demasiado minuciosamente sobre nosotros
mismos, nos hacemos el centro de la creación, no vemos mas allá de nosotros
mismos, debilitamos la fuerza de la acción y permanecemos indecisos y
titubeantes ante el futuro.
Otro
error por exceso es el de cavilar sobre nosotros continuamente, construyendo
teorías sin fin. Otro puede ser el de depender excesivamente de aquello que
sentimos sobre nosotros mismos.
Todos
estos errores derivan del no conocimiento práctico y de la no observancia de
los siete puntos que hemos hablado antes. Tal vez prevalezca la subjetividad
por exceso, depende de temperamentos, pero la cultura que nos rodea lleva
fácilmente al exceso de autoanálisis, ante la que debemos reaccionar con
cautela.
Hay
alguien que sí nos conoce, quizás mejor que nosotros mismos. Permítanme de
nuevo referirme a un pasaje del Evangelio, esta vez de san Juan “Cuando
terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?» Contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo:
«Apacienta mis corderos.» Le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan,
¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús
le dijo: «Cuida de mis ovejas.» Insistió
Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso
triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería y le
contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.» Entonces Jesús le
dijo: «Apacienta mis ovejas.” Alguien tiene, para los creyentes, la última
palabra sobre el conocimiento de nosotros mismos, ese alguien es Dios, que san
Agustín definió como el totalmente otro. El conocimiento del sí requiere la
colaboración de los otros, y por ello también la de Dios, en el caso de los
creyentes Dios debe estar presente en nuestro proceso de discernimento.
Decidirse
No
basta el conocimiento de sí, de nosotros mismos, ya que quizás pueda ser un
obstáculo, una coartada. Sólo tiene sentido si nos abre a decisiones
significativas para nuestra vida. Es en el decidirse donde nos hacemos sujetos,
adultos. Las decisiones que nos construyen día a día llegan a dar una dirección
a nuestra vida. En un determinado momento podemos tener la intuición de que
debemos decidirnos a toda costa, a ello
sigue una gran paz, aunque la decisión la hayamos tomado con desasosiego
y sea contrarrestada por imaginaciones, fantasías y sofismas de todo tipo.
Hay
decisiones habituales y moderadamente fáciles que confieren y dan ritmo a
nuestra vida. Ir a comer, venir al colegio y tantas otras; en ellas no
cuestionamos la acción porqué forman parte de una elección anterior.
Algunas
decisiones habituales pueden requerir un mayor esfuerzo, Por ejemplo cierto
esfuerzo para levantarnos cada mañana si estamos muy cansados, ir a alguna
clase o al trabajo cuando no tenemos ganas o nos preocupan y ocupan otros
problemas. Es cuando nos preguntamos ¿Por qué tiene que ser ahora y aquí? ¿Por
qué no más tarde o mañana? Son muchas las decisiones de este tipo en la vida,
Cansados y agobiados por la jornada debemos responder a otras demandas y
afrontarlas.
Hay
decisiones que implican un cambio de horizonte,
con consecuencias para el propio futuro, al menos a corto o medio plazo.
Son decisiones que requieren además de esfuerzo, una reflexión más atenta, aquí
no sirve seguir la costumbre, debemos escoger.
Hay
decisiones que hipotecan el futuro de manera definitiva y conciernen a la
elección que nos pondrá en una nueva situación afectándola por mucho tiempo,
quizás para siempre.
Hay
cuatro elementos comunes a todo este tipo de decisiones. Son ante todo actos de
voluntad, hasta los más simples. También por ejemplo vamos a trabajar o al
colegio por propia voluntad. Estos actos de voluntad están arraigados en
nuestra emotividad, los sentimientos y los afectos están siempre presentes.
Requieren un esfuerzo, desde el esfuerzo cero, cuando comemos porqué tenemos
hambre, hasta un esfuerzo enorme. Lo que importa en ellos es ante todo lo
razonable de la decisión y después la dificultad; una acción es mejor que otra,
es preferible y hay que elegir a veces no la más cómoda ni la más fácil, quizás
sea la más ardua la más adecuada. Por todo ello es preciso estar dispuestos a
tomar una decisión razonable.
Frente
a esto nos encontramos ante unas patologías de estas decisiones que son
auténticas, importantes. Puede existir la oposición ajena, que puede ser real o
temida, imaginada; aquí incluiríamos el temor a los juicios, a crearse
enemigos, a buscarse problemas y pueden constituir un gran obstáculo para que
tomemos una decisión, porque en el fondo coartan nuestra libertad. Otro problema
pueden ser los prejuicios que me temo o me pueden sobrevenir, reales o
imaginarios. Pueden existir fantasías de oposiciones o de daños que pueden
oscurecer mucho el campo de la decisión y nuestra libertad para tomarla
imprimiéndole una dirección u otra, quizás opuesta a la correcta. En toda
decisión entra en juego la emotividad que nos puede llevar a la confusión.
Podemos llegar a tener miedo de tener miedo, el temor a entrar en un estado de
conflicto con nosotros mismos. Esto nos impide tomar decisiones significativas
porqué no queremos turbar ciertos equilibrios conseguidos, preferimos seguir
con nuestra rutina, por comodidad, por inercia. Podemos no llegar a tomar
decisiones maduras por falta de valor para afrontar su análisis, por miedo a las
consecuencias negativas internas y externas, en nosotros y en los demás. Las
elecciones que atañen a nuestro futuro necesitan de nuestra madurez.
Para
superar estas patologías existen algunos remedios. Es fundamental fomentar el
coraje y la prontitud en las decisiones habituales, así vamos creándonos una
cierta costumbre a decidir incluso ante obstáculos levantados por la fantasía o
el miedo. Para tomar decisiones hay que entrar en el mundo de las opciones y
discernir ante ellas. Podemos aprender a discernir, a decidir ayudados por
personas en las que confiemos, padres, profesores o amigos o familiares. Para
vencer los obstáculos conviene acostumbrarse a vivir en contacto y comunión con
los demás, en ello las buenas costumbres, las rutinas adquiridas expresaran nuestra
manera de vivir en comunidad, en sociedad. Resistir cuando la confusión
pretende apoderase de nosotros es importante para superar la inautenticidad de
las decisiones importantes, en momentos de confusión no debemos cambiar aquello
que hemos decidido en momentos de serenidad y tras una profunda reflexión.
Puede que sea preciso realizar algún acto de coraje, no se trata de confusión o
de indecisión, sabemos lo que vamos a hacer, pero pueden aparecer argumentos
para esperar, para dilatar nuestra decisión; aconsejados oportunamente nos
debemos lanzar y decidirse siempre es un momento existencial que al fin tiene
como consecuencia un estado de gran paz.
Discernir y resistir
Dos
verbos ¿Es fácil o difícil decidirse? Puede parecer fácil en la teoría pero el
problema se plantea en cómo actúa el mecanismo de la decisión. Para afrontarlo
debemos discernir y resistir, tenemos necesidad de ello. Para el creyente el
objeto preciso de discernimiento es la voluntad de Dios, Él nos ama, piensa en
nosotros, nos llama a algo concreto, tiene una opción particular para nosotros.
Quizás no la comprendemos, nos parezca dura, sin razón, poco humana. Para el
creyente estar en estado de discernimiento es estar persuadido de que cuanto
lleguemos a hacer en la vida está inscrito en un registro más amplio, el de
Dios. El verdadero problema consiste en ver claro en los momentos duros,
momentos que pueden llegar a ser muy duros cuando por ejemplo una enfermedad
nos sale al paso y quizás debamos luchar para vencerla o para asumir que nos
acompañará toda nuestra vida. Momentos oscuros, difíciles en la maraña de la
confusión de los pensamientos.
Por
ello discernir es a menudo resistir, tener paciencia, esperar, soportar,
perseverar. Resistir la prueba en la desolación quizás, sin cambiar los buenos
propósitos simplemente por el hecho de que han llegado las tinieblas, más bien
luchando por transformarlas en luz.
Dietrich
Bonhöeffer fue un teólogo alemán que participó activamente en la resistencia
contra el régimen nazi. Prisionero en la cárcel de Téghel de la que sólo
saldría para ser ajusticiado escribió durante su cautiverio:
“Hermano,
hasta que la noche fenezca, reza por mí. Tendido por entero en el camastro,
fijo la mirada en la gris pared. Afuera una mañana de verano, que aún no es mía,
avanza jubilosa por los campos. Hermanos, hasta que tras la larga noche
amanezca nuestro día, mantengámonos firmes”.
En la
vida la verdadera elección, probada y aquilatada al fuego, nace a menudo de una
resistencia, de no ceder, de mantenerse firmes, de perseverar aunque sólo sea
por la paciencia, de esperar a que pase el mal momento. No se da una verdadera
elección si no es probada y no es probada sino en la noche, en la duda, en la
fatiga. Permítanme de nuevo referirme a un texto de la escritura, esta vez de
la Carta a los Romanos de san Pablo que dice: “Incluso no nos
acobardamos en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia,
que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual
no quedará frustrada, pues ya se nos ha dado el Espíritu Santo, y por él el
amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.” La esperanza puede pasar
de la tribulación a la paciencia y después a la virtud consolidada y
experimentada. Mediante el discernimiento entramos en la prueba y nos dejamos
involucrar en la difícil lucha por la existencia de cada día. Los imprevistos
se dan toda la vida, siempre y no existen respuestas ante ellos matemáticas y
seguras; incluso tras haber buscado, examinado, elaborado, pensado y discutido pacientemente
sobre algo no podemos tener la certeza de que algún argumento haya quedado
fuera de la búsqueda.
Aquí
aparece el elemento riesgo, no escogemos en cuanto estamos seguros de nuestro
porvenir sino porque creemos haber cumplido el trabajo de discernimiento de tal
manera que podemos arriesgarnos con gusto y tranquilidad. El riesgo implica un
acto de abandono no siempre fácil. La actitud de abandono, para los creyentes es
en Dios, que nos permitirá hacer algo en paz y serenidad, así realizaremos el
discernimiento, analizando los necesarios pros y contras respecto al camino que
tenemos por delante. Discernir, cuando es verdadero el proceso, por mucho
esfuerzo que nos pida, nos da paz, alegría, soltura y serenidad.
Arriesgarse
Cuando
arriesgamos o jugamos nada nos impide en un momento dado retirarnos. El factor
riesgo, jugárnosla no significa simplemente calcular, valorar con cuidado, sino
contar con lo imprevisible; ir más allá de lo que está garantizado, de lo
prudencial; tal vez tiene algo de aventura. No podemos calcular todo lo que
puede suceder. San Pablo compara su camino a una carrera deportiva, una prueba
bella, dura a la que se lanza con entusiasmo; una carera que desea vencer, no
como un peso que llevar; quiere jugársela de manera definitiva llegando a la
meta. Los hombres y mujeres no seremos nunca nosotros mismos sino nos decidimos
a ir más allá de nosotros mismos. En jugársela va implícita la perseverancia,
implica una dedicación definitiva hasta el fin, es por tanto algo grande;
implica además desenvoltura y cierto gusto por el riesgo.
Ante
la decisión hay todavía otros riesgos. A no tener la pundonorosa conciencia de
que se trata del camino serio y correcto. A temer por el futuro e interrogarnos
demasiado sobre él. A excedernos en el sentido de la responsabilidad hasta
volvernos ansiosos. A creer que llegaremos a ser enteramente dueños de nosotros
mismos
Estan
ustedes ante una decisión importante de su vida, muy importante. Acaban un
largo período de formación en esta escuela para elegir unos estudios superiores
o una actividad que puede ocupar el resto de su vida. Una decisión que precisa
conocerse uno mismo, en la medida en que esto es posible; una decisión que
implica cierto riesgo ante el porvenir. Debe afrontarla con libertad,
atendiendo y escuchando a sus padres, a sus profesores, a sus familiares y
amigos; pero recuerden que es su decisión, que son ustedes los autores de esta
decisión y actúen con libertad y responsabilidad.
Del ideario
de su colegio les pueden ser muy útiles estas ideas. El ser excelente es
cambiar para ser mejor. Mejorar es madurar. Madurar es crecer en la creación.
Ser excelente es comprender que la vida no es algo que se nos da hecho, sino
que tenemos que producir las oportunidades para alcanzar el éxito. Ser
excelente es comprender que con disciplina es factible forjar un carácter de
triunfador. Ser excelente es trazarse un plan y lograr los objetivos deseados a
pesar de todas las circunstancias. Ser excelente es hacer bien las cosas, no
buscar razones para demostrar que no se pueden hacer. Ser excelente es saber
decir “me equivoqué” y proponerse a no cometer el mismo error. Ser excelente es
reclamarnos a nosotros mismos el desarrollo pleno de nuestras potencialidades
buscando incansablemente la realización. Ser excelente es crear algo: un
sistema, un puesto, una empresa, un hogar y una vida. Ser excelente es ejercer
nuestra libertad y ser responsable de cada una de nuestras acciones. Ser
excelente es entender que a través del privilegio diario de nuestro trabajo
podemos alcanzar la realización. Ser excelente es sentirse ofendido y lanzarse
a la acción en contra de la pobreza, la calumnia y la injusticia. Ser excelente
es levantar los ojos de la tierra, elevar el espíritu y soñar con lograr lo
imposible. El ser excelente es aquél que lucha con un espíritu fuerte,
venciendo todas las dificultades hasta alcanzar el triunfo. El ser excelente es
identificarse a sí mismo como el único responsable sin culpar a los demás de
sus fracasos. El ser excelente es hacer posible lo que para otros es imposible.
El ser excelente es cambiar para ser mejor. Mejorar es madurar. Madurar es
crecer en la creación. El ser excelente es tener el valor y el coraje de
extraer lo mejor de nosotros mismos. El ser excelente es desafiar a la
adversidad sin miedo al fracaso. El ser excelente es ser líder en el saber. Ser
excelente es trascender a nuestro tiempo legando a las futuras generaciones un
mundo mejor. Seamos humildes para conocernos, discernir y arriesgarnos y pronto alcanzaremos la excelencia.
Ante la
decisión de futuro, importante decisión que van a tomar a lo largo de este
curso, tómense su tiempo, reflexionen con calma, analicen su personalidad, que
les gusta, por lo que se sienten inclinados, escuchen a sus padres, profesores,
familiares, amigos, escúchenlos con atención pero tengan siempre muy presente
que son ustedes los que deben tomar la decisión sobre su futuro, solos ustedes.
Quisiera
añadirles una última reflexión, ante su futuro profesional no piensen solo en
un alto rendimiento económico, en la
fama o el prestigio; piensen también en lo que ustedes pueden aportar a la
sociedad, a su país; ante el futuro piensen en ustedes pero también en la
sociedad en la que viven porque solo entre todos podemos hacer un mundo mejor
si nos esforzamos en participar nosotros mismos en ese cambio en la medida de
nuestras posibilidades.
Muchas
gracias por escucharme y mucha suerte en su futuro.