Martes de la semana III durante el año / II
Martes 28 de enero de
2020
Basílica del Pilar
Samuel 6, 12b-15. 17-19; Salmo responsorial 23, 7. 8. 9. 10 y Marcos 3, 31-35
Las palabras de Jesús en el Evangelio que hoy
nos propone la liturgia suenan duras, no reconoce a su madre, a sus hermanos a
su familia. Qué tipo de hijo puede ser el que dice algo así. Jesús no es un mal
hijo, no rechaza a su madre y a los suyos, Jesús amplia la idea de su familia a
todo aquel que cumple la voluntad de Dios. Jesús, el hijo de Dios hecho hombre,
supera todas las formas anteriores, ya no tiene razón de ser ni el arca ante la
cual el rey David danzaba, ni la ofrenda de víctimas y holocaustos. La
verdadera gran fiesta es la presencia del Señor entre nosotros, la verdadera
ofrenda su propia vida entregada en la cruz para nuestra salvación.
Hoy Jesucristo nos revela el nuevo concepto familiar de Dios y la
universalidad de su amor, así todo hombre y toda mujer están llamados a formar
parte de su familia, a integrase en ella, a vivir como si fuésemos su madre y
sus hermanos. La condición de discípulo de Jesús no se restringe a un grupo de
seguidores de Jesús, se amplía a todo aquel que escucha y acoge su Palabra y
que pasa a ser así su discípulo. Lo que importa es escucharle y seguirle, no se
trata ya de linajes, de procedencias o de estirpes. Toda la humanidad está
llamada a la salvación. La única condición previa es la comunión en la voluntad
de Dios, es abrir nuestros corazones a su Palabra; recibirla en nuestro
interior y ponerla en práctica. Jesús nos habla hoy de cumplir la voluntad de
Dios; no sólo de escucharla, sino de vivirla, de compartirla, de proclamarla;
en definitiva, de evangelizar con nuestra vida.
Hoy celebramos la memoria de santo Tomás de
Aquino. Alguien que cumpliendo la voluntad de Dios se transformó en hermano, en
familia de Cristo. El no sólo escucho su Palabra sino que se convirtió en quién
iba a transformar el pensamiento filosófico y teológico de su época centrándolo
en Cristo. Para Tomas de Aquino Cristo era modelo de amor, de paciencia, de
humildad, de obediencia. El Doctor angélico, que así se le denomina, se
pregunta «¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por
nosotros?» y responde «Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de
deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo
de cómo hemos de obrar.»
Sintámonos orgullosos de nuestro redentor y
modelo, felices de ser llamados a formar parte de la gran familia de Jesús, de
la Iglesia y esforcémonos para poder ser dignos de ser llamados miembros de su
familia. Que a ello nos ayude siempre su Madre, la Virgen Maria que aquí
invocamos bajo la advocación del Pilar, que ella sea siempre nuestro modelo de
madre y de creyente, de fiel cumplidora de la voluntad de Dios, de la anunciación
a la cruz lo fue.