divendres, 28 de juny del 2024

Viernes de la XII semana del tiempo ordinario

 

Viernes de la XII semana del tiempo ordinario

Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

Capilla Residencia de las Operarias de Madrid

Reunión extraordinaria de trabajo preparatorio cuatrienio 2024-2028

Viernes 28 de junio de 2024

2 Reyes 24, 8-17; Salmo 78, 1-2. 3-5. 8. 9 y Mt 7, 21-29

«Señor, si quieres, puedes.» La fe de este leproso contrasta con la suerte del rey Sedecías, uno es sanado y queda limpio de la lepra, el otro ve morir a sus hijos degollados, pierde la visión y es encadenado y conducido a Babilonia prisionero. Para Israel parece haber llegado el fin con su rey deportado y su templo incendiado; para el leproso en cambio la vida vuelve a sonreírle; Jerusalén parece morir, el leproso recupera la vida y la dignidad de hombre. No se trata de la acción de un Dios caprichoso que juega con sus creaturas, tampoco de un Dios vengativo y cruel. La verdad es que nos cuesta a veces reconocer la acción de Dios en determinadas situaciones. Dios no deseaba la destrucción del templo, la quema de la ciudad, la demolición de sus murallas y la deportación del pueblo de Israel a Babilonia; fue el pueblo y su rey quien desdeñando los mandamientos del Señor se alejó de Él y de la Ley quedando a su suerte, tan solo con la ayuda de sus migradas fuerzas ante los ejércitos enemigos.

Contrasta la situación de Jerusalén con la de un humilde leproso que se postra ante Jesús i le suplica su sanación. Un simple gesto de Jesús, extender su mano hacia este paria y rechazado de la sociedad ante el que la gente huía, y una simple expresión «quiero», bastan para cambiar una vida, para devolverle la vida. Jesús toca al leproso, no tiene ningún reparo en romper con las normas sociales con este gesto, pero se muestra sin embargo escrupuloso con las normas litúrgicas y envía al recién curado a presentarse ante el sacerdote y realizar la ofrenda ordenada por la ley de Moisés. Ante la altivez de un rey, Sedecías, que se siente suficientemente poderoso como para prescindir de Dios, un leproso suplica y con su fe mueve el corazón de Jesús que le sana.

Cuando el pueblo de Israel en su desgracia, junto a los canales de Babilonia, giraba su mirada de nuevo hacia su añorada ciudad, allí donde Dios residía hasta que se vio rechazado por su pueblo, de hecho, volvía su mirada hacia Dios. Con su cantico al Señor desde tierra extranjera, iniciaba su camino de retorno hacia su Señor. La derrota y la deportación le habían abierto el camino de la humildad. El leproso en cambio ya vivía en la humildad, se postra, proclama su fe y recibe la gracia de su purificación.

Prescindir de Dios parece uno de los signos de nuestro tiempo, gran parte de nuestra sociedad cree superada la idea de Dios y confía solo en sus propias fuerzas. La actitud humilde del leproso se nos presenta como el mejor camino para acercarnos a aquel que es la verdad y la vida. Frente a esta, la autosuficiencia de nuestros tiempos parece no saber de humildades, pero nuestras propias fuerzas poco pueden ante la adversidad. Si no nos reconocemos leprosos espirituales, en expresión de san Francisco de Sales, y somos tan altivos como para no admitir estar necesitados de ayuda, cerramos el camino de la sanación. La lepra en tiempos de Jesús no sólo era considerada una enfermedad, sino la más grave forma de impureza; quien la padecía debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de las poblaciones, hasta que su rara curación estuviese certificada. La lepra constituía una muerte social, su curación una resurrección. Nuestro mundo se resiste a decirle a Jesús «si quieres», como si tuviese recelo o miedo de escuchar de su boca «quiero». Nuestra misión hoy es ayudar a acercarse a Dios a un mundo que lo olvida, lo rechaza o lo ningunea. No es tarea fácil, pero es sin duda la más bella de las misiones. La llamada de todos los cristianos es dar testimonio de Cristo, en expresión del Papa Francisco, con mucho más motivo la nuestra.